Las reuniones
toman como referente la película “El abrazo de la Serpiente”
La conversación se
orienta desde una primera sentencia: la ciencia no tiene soporte material. En
contraste se dice que una lengua no nace ni muere, esto debería localizar algo.
Surgen las figuras
de la película “El abrazo de la serpiente”: El Chullachaqui o la cáscara
vacía.
Lo artificial: la plantación surrealista de las Yakrunas (flores medicinales) en
el patio trasero de los deshechos de la colonización. Se dice de las flores que
de ser intervenidas por el hombre ya no conservarán su poder, que deben ser
silvestres. Que esas, las del patio trasero, son otras. Ese otro de la
colonización se le presenta a Karamakate más siniestro que nunca.
Los exploradores: que arriban para romper con la hegemonía de la soledad del indígena
exiliado de su tribu, Karamakate. A la declaración del explorador blanco que
está muriendo y dice “no puedo soñar” hay repuestas, en el sueño se resuelve la
cosa, el sueño dice algo para escuchar. En el
abrazo sinuoso del sueño que porta un saber freudiano, autobiográfico (pero
sin auto ni bios) en donde el que sueña “gobierna prestado” y “el viento
escribe y en cenizas le convierte la muerte”. ¿Dónde es el reino del hablante?
Un intento en el sueño de la muerte, responderá el poeta. Y ese ser no
ontológico del sueño que ninguno entiende, según Calderón. Frenesí y ficción,
el despertar blanco y negro, donde debe encontrarse el bien mayor que es
pequeño.
Las referencias a
El abrazo de la serpiente, hacen siembra sin imagen. La forma más evolucionada
de la vida reptilar suelta a su presa no por asfixia sino porque siente la
culminación misma del latido de su objeto. Ese saber es nombrado así, Abrazo de
la serpiente. Ni en ausencia ni en efigie.
Karmakate, el indígena, él solo, se niega a practicar su cura hasta que observa que el
arribante porta una marca de los suyos, una figura del linaje, un rasgo. ¿Qué
es todo esto? ¿Por qué se lanzaría a un recorrido sin garantías con el
arribante? Porque ése es quien porta algo de lo que no se sabe qué
efecto tiene en el otro, en cada uno-otro. El supuesto analista aloja el pedido
del otro, queda orientado por esa presencia de algo en ese que es lo propio.
Pro-privo, a favor de lo privado, acto que retira de lo público, lo hace
singular, particular. ¿Cómo trabajar la frase deseo del analista sin que sea
una clave repetida y desgastada? El deseo del analista ya no recuerda. ¿Existen
figuras de la retórica psicoanalítica? Si el olvido es un saber que no se sabe,
y eso orienta, no podrían fijarse de esa manera los significantes que aluden a
la práctica. Si esa práctica aloja un ni vivo ni muerto, si cada practicante
podría contar con su chulachaqui, si la función de escucha no se denomina como
poseedora de recuerdos, tiempo ni historia. Entonces el deseo del analista ya
no recuerda, saca algo del cono de lo público y lo vuelve a su esfera de
sombra, privada, singular, particular, primera. El a, intermitencia pulsátil de
esa clase de soledad. El análisis sirve para situar, no para decidir, los
curanderos se hacen a un lado en la gastronomía esencial que porta la Yakruna.
Cuando ese Chulachaqui suelte su cáscara ¿Qué queda? ¿Cómo se sostiene un saber
no sabido? Si es no sabido no es saber, entonces no se sostiene, se orienta, se
sitúa, no hace más que soltar su cáscara, olvidar.
Los elementos de
“El abrazo de la serpiente” se combinan a modo de narrar sobre una práctica no
escrita: del explorador que rompe una clase de hegemonía (¿la de la soledad? ¿la
de la paranoia (infinita neurosis de lo que siempre sabe)?) la del chulachaqui
que deberá soltar su cáscara y la de la flor surrealista llamada Yakruna, que
adviene artificial al ser tocada por la colonización del lenguaje. Será preciso
buscarla lejos, última, desmayada en los albores del desierto del habla.
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